Desde
que nacemos vamos pasando por diferentes procesos de maduración en donde nos
exponemos a grandes desafíos, los cuales nos permiten formar la personalidad y aprendizaje
del mundo. La escuela es parte importante de ello puesto que allí pasamos gran parte de
nuestro tiempo en los primeros años; en preescolar por ejemplo se experimenta
el desarrollo de la inteligencia emocional, la
psicomotricidad, la maduración del lenguaje, hay mucho juego didáctico y se
comienza el proceso espontaneo de adquisición de la lectura y la escritura. Al
pasar a primer grado se produce un giro total, donde básicamente es más
importante aprender contenidos, mantenerse en un asiento por horas, tener
siempre un lápiz y un cuaderno; y esto se da con la separación de pocos meses,
no respondiendo a los intereses y
necesidades de los niños, haciéndoles sentir rechazo en algunos casos.
Es de vital importancia hacer un proceso de transición o articulación
que comience en el último nivel de Preescolar, porque si los procesos de
maduración no se orientan y se cambia la percepción pedagógica se corre el
riesgo de confundir al niño y que empiece a sentir desconfianza por la escuela
comprometiéndose su comportamiento o logros académicos. El constante apoyo e
interés por sus gustos y sus experiencias fuera del contexto escolar forma un
lazo en el que el niño empieza a entender y disfrutar de las actividades del aula.
En mi experiencia como docente de Primer Grado, me parece importante resaltar que para alcanzar que el
escolar encaje en su nuevo contexto se debe mantener la afectividad con la
misma importancia que en preescolar, donde el niño se sienta seguro de estar
allí y que nada lo pueda perturbar, mantener
un aula atractiva donde se le permita el esparcimiento y el trabajo grupal,
en el que los valores sean parte de la cotidianidad para que su comportamiento
no se torne impulsivo o triste. Siempre recordando y haciéndoles saber que cada
niño es un ser único e irremplazable con
fortalezas y debilidades.
Lcda. Margiory Ramírez
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